FLAMA



Exposición '51 años de desnudo'
Galeria Spazio Zero
Caracas - Venezuela
2023
¿Y si lo impensable fuera la belleza?
Alejandro Jodorovsky
En la tradición occidental, la belleza ha sido la propiedad que reconocemos en lo armonioso, simétrico, proporcionado y perfecto, características ligadas a lo bello porque complacen nuestros sentidos. La representación figurativa del cuerpo humano desnudo ha estado, por lo general y hasta hace relativamente poco tiempo salvo excepciones, unido a las nociones convencionales de belleza: cuerpos masculinos o femeninos ―estos últimos en mayor medida― jóvenes, sanos y hermosos.
En contraposición a esta idea, para el Wabi Sabi japonés, por ejemplo, lo bello viene unido a la imperfección, al error y la impermanencia, a la aceptación del ciclo natural de esplendor y decadencia con que se suceden todas las cosas y, por tanto, a la estética que surge a raíz de estos
devenires. Equidistante a estas dos nociones está otra que tiene que ver con quien mira, con su intimidad, con su proceso y su gusto personal, con aquello que lo conmueve de una manera especial y considera bello, con independencia del propio objeto que suscita esta condición. Así, la percepción de belleza se sitúa más en el observador que en lo observado, al ser capaz de ver cualidades hermosas donde otro ve normalidad, mediocridad o incluso fealdad. En la década de la inclusión y la descategorización con las que apreciamos el arte, el concepto contemporáneo de belleza ha evolucionado e intentar desligarse de los cánones y definiciones tradicionales, geográficos y filosóficos, hasta asumirse como un aspecto inherente a cada ser sobre la tierra.
La propuesta de trabajo que da razón a este texto se enmarca precisamente dentro de esta contemporaneidad. A partir de una obra compuesta por dos piezas, Flama confronta una vez más al espectador ante lo esperable, lo expulsa de su zona de confort en la contemplación del desnudo y lo sitúa en las antípodas del tema para mirar sin agravio y de frente a la vejez desnuda.
En la primera imagen vemos a la protagonista de la escena, una mujer de pie, con el vestido apenas posado sobre su cuerpo, mientras en la segunda la observamos sentada y ya sin él. En ellas pudieran estar registrándose los instantes posteriores al término de una sesión de fotos en la que la modelo ―una mujer de ochenta y tres años―, entregada a la dinámica del vestir y desvestir, se ha despojado del aparatoso vestido de novia y es capturada durante el back stage, cuando sostiene el atuendo delante de su cuerpo cubriendo justamente su desnudez, la cual
veremos en la escena siguiente. En la segunda imagen la mujer reposa tras haberse quitado el pesado atuendo nupcial ―alegoría también de todo lo que en ese cuerpo ha ido quedando atrás― y posa aliviada del peso con el que la ocupó la vida. Y así de aliviada mira al fotógrafo, llevando encima sólo lo que resta del atuendo, en una desnudez desvestida y una actitud fresca, con la cabeza levemente alzada y cierto desafío en la mirada. Es justamente con esa mirada con la que
la protagonista participa de manera activa en el hecho fotográfico, sonríe involucrada en la situación, cómplice de la cámara, con quien interactúa sin pudor y desde luego sin ápice de erotismo en su desnudez.
No es esta una desnudez que hace alarde de decadencia o vulnerabilidad; no hay aquí nostalgia ni ruina, no hay azoramiento ni falso recato ante el desgaste del cuerpo hermoso que sin duda debió haber sido. Lo que Flama muestra aquí es a una mujer octogenaria, orgullosa de su desnudez,
como representación de la belleza contemporánea desvinculada de los estereotipos; despreocupada de los cánones de perfección o imperfección, dueña de una hermosura que emana de la conciencia con la que afronta el momento en el que existe y modela entre las sombras de
sus recuerdos disfrutando de su propio yo. Es la propia verdad de la vida la que se desviste aquí y la poesía de la vejez la que el fotógrafo consigue entregarnos como resultado final.
La estética de la serie toda a la que pertenece este díptico contiene algunas notas barrocas que son ya parte del lenguaje visual de este artista. La teatralidad de la puesta en escena y los elementos que la componen. Las figuras, que surgen desafiantes de entre el atrezzo de recuerdos en penumbra para mostrase bajo una luz vaporosa que tamiza los volúmenes y los atenúa bañándolos en una especie de suave polvo sepia. Barroco es el entorno que enmarca la figura central en ambas piezas: la escenificación del recuerdo a través del mobiliario, la colección de muñecas ―entre la cuales nuestra odalisca parece una más―, el recurso de la fotografía dentro de la propia fotografía. También el atuendo, un vestido de novia colmado de texturas que evoca los amplios ropajes de la moda francesa durante los siglos XVII y XVIII: espesos volúmenes
construidos a base de vuelos, encajes y tules, aderezados con perlas, joyas, guantes y accesorios de época, todos presentes también en estos retratos. Por último la técnica fotográfica empleada, además del soporte escogido para su materialización ―impresión sobre art canvas y montaje
sobre bastidor― nos hacen pensar en la fotografía pictorialista o más bien, en dos pinturas de un utópico «barroco del siglo XXI». Hay, por parte del fotógrafo ―cuya práctica de oficio es la fotografía de moda―, una búsqueda estética a través del acto de vestir y desvestir, centro temático de esta obra. La modelo se despoja de la ropa que antes vistió, y lo hace en un escenario traslúcido que evoca la fotografía
surrealista, donde el desnudo femenino y la mujer como musa juegan un papel fundamental.
Aquí ella es captada en un entorno de cierto lirismo, donde los colores refuerzan la idea de paso del tiempo, del efecto rêve éveillé, el halo de ensueño que parece envolverlo todo y nos facilita la vuelta a la idea inicial de este texto, al permitirnos llevar a cabo su lectura desde lo fashion y, por
encima de todo, lo pictórico.
Marisa Mena
Editemos